Intentar resumir la historia de la industria azucarera tucumana es una tarea abrumadora: los cambios culturales, tecnológicos, económicos, políticos y sociales configuraron, a lo largo de 200 años, un escenario único, en el que la complejidad de la producción industrial se conjuga con la tradición del trabajo agropecuario y con la idiosincrasia de una sociedad cuya identidad se define, en gran medida, por su relación con la caña y sus derivados. Quien acometió esta tarea fue Horacio Ibarreche con el libro “Historia azucarera argentina”, que fue presentado en el XXX Congreso de Técnicos en Caña de Azúcar, realizado en Tucumán en 2019. Hombre ligado a la industria durante décadas, fue consultado por LA GACETA para darles forma a los 10 mojones que presentamos a continuación. Buscan señalar hechos insoslayables que ayudarán a comprender lo que ocurrió entre trapiches y surcos a lo largo de dos siglos.
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Los jesuitas, Fernández Cornejo y el Obispo
A lo largo de la historia azucarera tucumana se destacan algunos de los protagonistas que dejaron su impronta. Por las consecuencias que se derivan de sus actos marcaron hitos, tal como afirma Horacio Ibarreche. El primer dato sobre plantaciones de caña de azúcar en Tucumán se remonta a 1700. En Salta fueron introducidas por Juan Adrián Fernández Cornejo en el que luego sería el ingenio San Isidro y se sabe que en Jujuy ya existían en 1778. Está documentado que en 1767, cuando fueron expulsados los jesuitas, se hizo un inventario de sus bienes en la estancia de Lules. Allí se consignó la existencia de trapiches y cañaverales. Sucede que ellos sembraban cañas y las molían en trapiches de quebracho o algarrobo accionados por bueyes. En 1821 aparecieron en Tucumán las plantaciones que realizó el obispo José Eusebio Colombres. Con él empezó una época nueva y promisoria.
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Los destinos estaban marcados
Poco después de que el Obispo plantara sus cañas en El Bajo, Simón García hizo lo mismo en Cruz Alta, donde había heredado tierras. Fue en 1824. En el inventario judicial que se realizó tras su muerte se detalla, entre otras cosas, “unas suertes de tierras nombradas ‘La Cruz Alta’”. También “un rastrojo con un plantío de caña”. Ibarreche destaca la importancia de las siguientes menciones: “máquinas de trapiche para moler caña” y “un depósito de mieles”.
Por aquellos años llegó al país otro de los pioneros de la industria: Jean Nougués. Arribó desde Francia en 1822 con apenas 25 años. Lo hizo junto con un compañero de la infancia. Juntos instalaron una curtiembre en Tucumán, pero -desencantados- a los pocos años decidieron regresar a Francia. En las alforjas escondieron el dinero equivalente a 25.000 francos. Pero en el camino los atacó un grupo de forajidos. Asesinaron a su compañero y le robaron casi todo el dinero; Jean logró esconder 300 francos. Este suceso lo conmocionó de tal manera que decidió regresar a Tucumán y así comenzó la historia del ingenio San Pablo.
Los Etchecopar llegaron desde los bajos Pirineos franceses. El primero en arribar fue Evaristo. Acompañado por su esposa acometió la tarea azucarera en el ingenio La Banda (1832), que había sido de Juan de Dios y de Baltazar Aguirre. Cuando empezó a prosperar económicamente, mandó cartas a sus padres para pedirles que enviaran a Tucumán a sus hermanos menores, Severino y Máximo, de 16 y 14 años, respectivamente. Este último fue el que rebautizó el ingenio con el nombre Lastenia, en honor a su esposa, Lastenia Molina. Evaristo intentó regresar dos veces a Francia, pero dos hechos graves se lo impidieron: en un primer momento, el incendio de la fábrica; luego una caída en los precios del azúcar. Nunca volvió a ver a sus padres.
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Primera intervención estatal
En octubre de 1833, el gobernador tucumano Alejandro Heredia estableció un gravamen para el azúcar que se importaba desde Brasil y desde Cuba, y que cubría las necesidades de consumo en el país y en Tucumán, según detalla Ibarreche. Los importadores se opusieron porque afectaba sus intereses, pero Heredia argumentó que era transitoria hasta que los establecimientos “consolidaran sus producciones”. El 25 de enero de 1834 la norma quedó sancionada.
Por aquellos años, nuevos pioneros se incorporaron a la industria. Uno de ellos fue Juan José García, quien fundó en 1835 el ingenio Concepción. La modernización de la fábrica estuvo a cargo de sus sobrinos Juan José, Juan Crisóstomo y Juan Manuel Méndez. Quien continuó esta obra fue don Alfredo Guzmán. En 1838, Vicente José García fundó el ingenio El Paraíso. En 1845, Wenceslao Posse crea la fábrica Esperanza. Fue el primero en traer a la provincia máquinas a vapor, lo cual constituyó una epopeya, ya que se lo hizo abriendo picadas en los montes. Al poco tiempo aparecieron los Frías Silva con el que sería el ingenio San José (1848), los Padilla con el ingenio Mercedes, los Avellaneda con Los Ralos, los Griet con el Amalia y los Paz Posse con la fundación del San Juan, en 1870, entre otros.
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El ferrocarril
En 1876 llegó a Tucumán el ferrocarril. Ocurrió durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, hombre de familia tucumana y azucarera. Ibarreche recuerda el famoso discurso que pronunció el mandatario desde el balcón de la que era su casa familiar (hoy Museo Avellaneda, en Congreso primera cuadra), durante el viaje que realizó a la provincia para celebrar el acontecimiento: “he querido venir solo y despojado de las insignias del mando. He venido antes de las fiestas para que las pompas oficiales no sofoquen la efusión de nuestros primeros abrazos. Lo que necesito decirles no quiero que sea escuchado por extraños. Traigo fatigas después de las vicisitudes de la vida. Y anhelo descansar mi cabeza al abrigo de corazones seguros ¡Los años de ausencia han sido largos, la jornada dura! ¡Cuántas veces, bajo las inquietudes de la suerte y viendo cerrar el paso a mi intención pura y sana, me he preguntado si me sería dado un día volver con honor y con vida a la vieja casa de mis padres!” Con el tren se transforma la actividad: llegan las maquinarias pesadas y los técnicos azucareros, muchos de ellos europeos.
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Nuevos ingenios y leyes del Machete
En 1882, los hermanos Manuel, José y Luis García Fernández fundaron el ingenio Bella Vista. En esta misma época empiezan a funcionar los establecimientos La Corona, Santa Lucía, La Providencia y Santa Bárbara. En Salta y en Jujuy también hay novedades: aparecen La Esperanza y Río Grande. En Tucumán, en 1889 empieza a moler el Santa Ana, de Hileret, que, con los años, se convirtió en un coloso. No son los únicos: en las últimas dos décadas del siglo XIX también aparecen el Santa Rosa, el San Felipe, La Trinidad, La Florida, San Andrés y Nueva Baviera. En 1895, la actividad se convierte en la primera industria pesada de América del Sur. Este hito está marcado, además, por las leyes del Machete en los años 1902 y 1903. Estas normas generaron regulaciones que permitieron superar una severa superproducción que había hecho tambalear los precios. El gobernador Lucas Córdoba fue el protagonista y, gracias a sus gestiones, la industria pudo recuperarse y seguir creciendo.
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Laudo Alvear
En 1903 comenzó a moler el ingenio Aguilares y hacia 1910 nació el San Antonio. En 1920, los Patrón Costa fundaron El Tabacal, en Salta. Continuaron apareciendo fábricas en Tucumán (La Fronterita, San Ramón, Marapa, Nuñorco y Leales) y Ledesma, en Jujuy, recibió un gran impulso. Este período de crecimiento terminó en 1928 con el Laudo Alvear, destaca Horacio Ibarreche. Las tensiones entre industriales y cañeros generaron huelgas y conflictos (inclusive el secuestro de un empresario del sector), que derivaron en el arbitraje del presidente de la Nación, Marcelo T. de Alvear.
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Entidades gremiales
El origen del Centro Azucarero Argentino se remonta a 1894. Su primer presidente fue Benjamín Zorrilla. El Centro Azucarero Regional de Tucumán (CART) se constituyó en 1923 y su primer titular fue Alfredo Guzmán. Este hombre también inspiró el nacimiento de la Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres, en 1909. Contó con destacadísimos profesionales, entre ellos William Cross. El 7 de agosto de 1931 nace el Centro Azucarero Regional del Norte Argentino (Carna). En 1944 aparece Fotia y al año siguiente, FEIA. Ese mismo año, gran cantidad de cañeros nucleados en tres agrupaciones impulsan la Unión de Cañeros Independientes de Tucumán (UCIT). En 1947 se constituye la Unión de Cañeros Independientes de Jujuy y Salta y en 1962, tras una multitudinaria asamblea en la biblioteca Alberdi, nace el Cactu.
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Cierre de los ingenios
Este hito constituye un capítulo de impacto tremendo en la historia de la actividad. En 1966, el Gobierno nacional, encabezado por el general Juan Carlos Onganía, empieza a señalar la ineficiencia de la industria azucarera tucumana. Esta prédica, que sostenía, entre otras cosas, que el país había sido víctima de una industria ineficaz, tuvo todas las características de una campaña propagandística. Horacio Ibarreche sostiene: “nada era más alejado de la realidad. Tucumán fue el que subsidió al país al venderle siempre azúcar a bajos precios”. Finalmente, el Gobierno dictó medidas que derivaron en el cierre de fábricas y en el desempleo de miles de personas. Por otro lado, no fueron los de la década del 60 los únicos cierres. A fines del siglo XIX, en Tucuman había 82 ingenios (muchos de ellos no alcanzaban la condición de complejo industrial). Una gran cantidad quedó en el camino, debido, en gran medida, a que no pudieron adaptarse a la inexorable transformación tecnológica.
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Ley azucarera y maquila
En abril de 1972 (durante un gobierno de facto) fue sancionada una ley que marcó una nueva época para la actividad y estuvo vigente durante 20 años. Consagró un sistema regulatorio inédito hasta ese entonces. “La ley 19.597 no hizo rico a nadie. Eso sí, para algunos, tanto ingenios como cañeros, resultó un tema interesante que no los perjudicó. El conjunto convivió con ella como pudo. No hubo grandes tensiones en ese período y, comparativamente con años anteriores, la participación del Estado fue mayor, pero no tanto porque así lo quisiera, sino porque toda la actividad aceptó que asumiera ese rol. A modo de síntesis, esos 20 años quedan en la historia como el tiempo en el cual reinó ‘su majestad el cupo’”, analiza Ibarreche.
Durante la vigencia de la ley surgió la maquila, sistema que aún existe y que hizo posible la participación del cañero con una parte de los azúcares.
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Bioetanol
En 1994 apareció el biotenaol y el ingenio La Florida (Ferro-Lonac) se convirtió en su gran impulsor. Comienza un nuevo ciclo. De este modo, el viejo negocio azucarero se empezó a transformar. Y la caña comenzó a tener otro destino: los biocombustibles. Los directivos de otras fábricas advirtieron la importancia de este nuevo negocio y trataron, a su manera, de sumarse: ampliaron destilerías y aparecieron las primeras deshidratadoras. Ledesma, en Jujuy, y Tabacal, en Salta, se convirtieron en protagonistas de esta nueva etapa. El de la bioenergía es un capítulo propio del siglo XXI y la industria azucarera está llamada ser protagonista en este tiempo de profundas transformaciones. Así viene sucediendo desde hace 200 años.